Es el centro de Torrevieja. Su mismo corazón. Se lo puedes preguntar a cualquiera. Siempre te van a mandar a la Plaza de la Constitución. A la Glorieta. La Vieja Dama de la ciudad. Vestida de palmeras y buganvillas, solo ella, con el Ayuntamiento, con la Iglesia, es centro geográfico y de poder. Más que centro se diría, y se diría con toda propiedad, que es epicentro, como corresponde a tierra tan curtida en terremotos. Porque de ella, que es alma y latido de esta ciudad que creció más grande de lo que a lo mejor debía, irradia la vida que hacen los torrevejenses.
Nació la plaza cuando no había más que unas pocas casas agrupadas en la periferia de una Vieja Torre. Desde entonces, serena y comprensiva, contempla su historia, la grande y la pequeña. Porque por ella se mueven las gentes y las historias de vida de las gentes, espacio como es de encuentros y despedidas. Espacio de tradiciones y costumbres, imprescindible en las fiestas que le recuerdan todavía a Torrevieja que es un pueblo y que puede sentirse como tal, con orgullo.
Acogedora y maternal, La Glorieta se da toda en sus bancos, en su fresco de verano, en sus «solecicos» que hacen frente al frío. Remanso de prisas y ajetreos. Escenario de juegos infantiles después del colegio. De amores que se cogen de las manos, que se besan, que se pierden.
También de soledades que descansan sobre sus característicos azulejos, yema de huevo y negro, y se van con el mismo cansancio que llegaron. Atalaya para ver salir las procesiones, para celebrar las bodas, bautizos y comuniones. Para fotos familiares. Para despedir a los que mueren.